domingo, 21 de febrero de 2010

Almagro. Teatro... y mucho más!

Llevamos ya un par de horas de viaje tras nuestra salida desde Valencia. A nuestro alrededor hemos perdido cualquier referencia de civilización, sólo la autopista que nos conduce hacia el centro de la península a través de La Mancha. No hay grandes ciudades junto a la carretera, sólo pequeños pueblos, alguna agrupación de casas en una barriada o masías situadas al final de estrechos caminos.

Ayer llovió. Las ventanas del autobús están cerradas, pero se intuye el olor a humedad de la tierra mojada. Por los caminos discurre el agua, en algunos puntos de la llanura incluso aparece estancada. Mi mirada se pierde en el horizonte, sólo interrumpido por algunas montañas lejanas. Todo alrededor es plano, un paisaje de campos geométricamente perfectos, en su mayoría cepas y olivos. Y cuando no aparecen éstos, un tapiz de hierba se extiende interrumpido a veces por pequeños bosques de encinas. Desde las montañas de alrededor, tres pequeños molinos guardan la planicie, como esperando la revancha del Quijote.

Tras varios desvíos y cruces, empezamos a ver señales de tráfico que nos indican que no estamos muy lejos de nuestro destino. Finalmente lo divisamos, un conjunto uniforme de edificaciones de escasa altura, sólo sobrepasado por las dos torres de los campanarios del pueblo. Si pudiéramos elevarnos y tomar un punto de vista cenital, veríamos su forma de crecimiento, a partir de un núcleo compacto circular, puesto que es la forma capaz de contener el máximo volumen con el mínimo perímetro, y eso a la hora de construir unas murallas influye.

El camino hasta Almagro ha sido una buena terapia para desconectar de los días previos de trabajo inagotable. A valido la pena también hacer este viaje durante el día para poder disfrutar así palmo a palmo del trayecto. Tal vez la mountain bike hubiese sido una buena aliada para realizar unas escapadas por el Campo de Calatrava.

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