viernes, 11 de febrero de 2011

Vitoria. Silencios en la tarde

Normalmente viajamos para ver lugares de los que nos han hablado con entusiasmo, ciudades que aparecían en el suplemento de viajes del periódico del domingo o en un reportaje en televisión, mundos lejanos sobre los que hemos leído y fantaseado con sentir en nuestras carnes y percibir con nuestros sentidos nuevas experiencias; al fin, viajes donde no te puedes permitir el lujo de dejar pasar un segundo sin tachar líneas de la lista de lo que hay que visitar. Pero hay veces en las que viajar puede servir también para alejarnos de la monotonía, poder aparcar las actividades cotidianas y poner tierra de por medias para evadirnos, sin horarios, sin teléfonos móviles ni ordenadores. Hoy propongo un paseo en soledad de los que se necesitan de tanto en cuanto, o acompañado siempre que sea de una de esas personas con las que los silencios prolongados no se hacen incómodos. Esta tarde paseamos por Vitoria, una ruta que conecta tres iglesias singulares con una calidad espacial apabullante en las que va a ser sencillo permanecer y dejar pasar el tiempo.
Generalmente, acudir a una iglesia se asocia con uno de los dos perfiles siguientes: el turista que visita el monumento o el feligrés que va a oír misa. Pero las iglesias a las que hoy nos dirigimos ni son edificios históricos plagados de visitantes ni vamos a ellas porque seamos cristianos practicantes. Vamos en busca del silencio, no porque sea Vitoria una ciudad ruidosa, todo lo contrario, pero por hacer un alto en el camino para pensar y descansar.
Empezamos el recorrido en la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, situada en el extremo de una manzana triangular dando frente a la Avenida de Gasteiz, que sería como la Gran Vía del virtual ensanche vitoriano. Realizado entre 1956-58 por Javier Carvajal en colaboración con José María García-Paredes, el edificio se aferra a la geometría del solar y la nave se presenta como una flecha que converge hacia el altar, aires renovados para esta nueva visión de la arquitectura religiosa provenientes del Concilio Vaticano II.

En su conjunto se trata de uno de esos por desgracia escasos casos donde el edificio da más de lo que se le pedía. Ofrece la zona de acceso como espacio para la ciudad y coloca la torre campanario exenta, como hito que se eleva y oculta una horrorosa medianera. En cuanto al interior, el espacio triangular focaliza nuestras miradas hacia el altar. La cubierta se sustenta con una estructura de cerchas metálicas vistas, sinceridad constructiva en aras de aproximar el trabajo con la fe. El confort interior y la sensación intimista se logra con el empleo de materiales como la madera y el ladrillo, iluminando la nave central con luz natural homogénea y dejando el ala lateral de menor altura, donde se sitúan las capillas y la sacristía, en penumbra.

De nuevo en la calle, nos dirigimos ahora hacia la Iglesia de Nuestra Señora de la Coronación. En el camino, podremos comprobar el especial cuidado que la ciudad presta al espacio público en todas sus escalas, desde las marquesinas para el tranvía hasta los alcorques de los árboles especialmente diseñados acorde con los motivos del pavimento. Bordearemos el casco histórico, la almendra como se la conoce, hasta que al girar la esquina de la calle Eulogio Serdán, el esbelto campanario captará nuestra atención.

Diferenciando a la otra iglesia, en esta ocasión el edificio se encuentra aislado pero rodeado por la edificación colindante, que no debería ser más alta que la del campanario, pero que como ya sabemos, esas buenas intenciones se quedan sólo en el papel. Este proyecto de 1957, al igual que el de Nuestra Señora de los Ángeles, forma parte del plan que impulsó el obispo Francisco Peralta Ballabriga para modernizar las iglesias que se debían construir en los nuevos barrios de Vitoria, postconciliares, donde se les diera más importancia y protagonismo a los fieles, cosa que necesariamente afectaba a la arquitectura del templo.

Miguel Fisac valora en su obra los aspectos escultóricos de muchas de sus piezas como son en este caso los tubos de acero curvados que soportan la cruz en la torre campanario, y colabora además con artistas como con las vidrieras de Francisco Farreras y el abstracto vía crucis y crucifijo de Pablo Serrano que vuela sobre el altar. En el interior de Nuestra Señora de la Coronación, Fisac desarrolla todo tipo de estrategias para potenciar la focalización hacia el altar: una ligera inclinación del plano del suelo, la curvatura del techo y el muro curvo. Con la iluminación se alcanza un dramatismo especial al captar los rayos de sol de oeste a través de unas ranuras verticales sobre el muro tectónico y estático de la derecha, mientras que la apertura de encima del altar baña de una manera más uniforme el muro derecho blanco. El dinamismo de un muro contrasta con la estaticidad del otro en el que se ubican los usos complementarios, como son la capilla y la sacristía. Se alcanza pues una arquitectura basada en la racionalidad, en el uso conciso de los materiales y con una cualidad ética: cumplir una función social.

El acceso al recinto es toda una declaración de principios, produciéndose en ese punto una gran compresión del techo donde se colocará el coro para que así el proceso de entrar al templo sea más marcado y nos ayude a separar el mundo del exterior del interior. Claramente se demuestra la religiosidad del arquitecto, tanto en esta como en el resto de su obra.

Ya bien entrada la tarde, pero dejando margen para llegar a la última iglesia para poderla ver con iluminación natural, me dirijo a San Francisco cruzando el parque de Molinonuevo.

La descomunal iglesia que proyecta Peña Ganchegui en 1968 se encuentra exenta en una gran manzana, con una forma claramente cuadrada y con aspectos muy geométricos y brutalistas en su estética exterior. El interior es simplemente sorprendente. Una vez sorteamos los muros y angostos pasillos tras cruzar la entrada, se abrirá ante nosotros un gran espacio a modo de polideportivo, donde el altar quedará a nuestra espalda.

Este interior se concibe como una parte de ciudad, una plaza porticada y cubierta, donde en su perímetro se suceden las aulas de enseñanza, pequeños cubículos rodeados por un serpenteante muro de hormigón, y que desgraciadamente en la actualidad aparecen techados. Sin duda este es el espacio más abrumador y exageradamente imponente por su extensión, adecuado para disfrutarlo en silencio, pero tampoco extrañaría verlo rebosante de bullicio como si de esa plaza se tratara.

Tras estas tres visitas, llenas de momentos para descansar la mente y la voz, ya sólo queda enfilar el rumbo al centro histórico, a tomar unas cañas y unos pinchos en los bares de la calle Cuchillería.

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